El siguiente texto fue realizado por mi estimado amigo Hervs.

Llega a su casa, se quita la corbata y se arremanga la camisa. Enciende una tetera y en la espera del punto de ebullición, se recuesta sobre la cama de calaminosas y percudidas sábanas. Con una mirada fija y ambas manos apoyadas en su pecho mira hacia el techo.

Se le vienen a la cabeza todos esos papeles que firmó, las horas que tuvo sus ojos frente a una pantalla, el sometimiento a un aparto táctil de comunicación, la soledad de tener que llegar a un lugar en el cual está ‘mucho mejor’. En unos segundos, los pensamientos se comienzan a ampliar como las ramas de un árbol.

Aparecen en la mente los recuerdos, esas construcciones del pasado a cargo de buenos y malos momentos. Experiencias que sacan una sonrisa y más de una lágrima. Situaciones que definen la actitud frente a los obstáculos de la siempre y bien ponderada ‘vida’.

Llegan a la cabeza ocasiones que toman valor después de haber sido vividas. Oportunidades que son desaprovechadas o que son tan fugaces y fantasmales que no alcanzan a vislumbrar un sentido en la instantaneidad. Al rato analiza que todo eso no tiene vuelta atrás. La página del libro está escrita, y peor aún, está publicada. No se puede hacer nada al respecto.

En el instante en que se comienza a sentir un silbido desde la cocina, el sujeto, se percata que está mirando al techo. Se acuerda que hizo una completa radiografía de su vida, la cual no sabe si definir como una mierda, una bendición o un destino de ángeles y deidades superiores.

Agita su cabeza, se pone de pie y piensa en lo rico que va a estar el café que se va a preparar.